El señor búho me sorprende a altas horas de la madrugada. Me obsequia con un gran tazón de colacao. Templado, como a mí me gusta. Desde luego, me ha leído el pensamiento. Emito un gran bostezo. Me froto los ojos. Me recojo el pelo en un moño alto. Me dispongo a escuchar.
Me comenta lo equivocados que estamos. Que los búhos no tienen esos grandes ojos por tener una desarrollada visión nocturna. Sino todo lo contrario. Son grandes de curiosidad. Les gusta pasar el día quietos, situados en algún lugar estratégico desde donde se pueda observar la vida cotidiana de los demás. Sus ojos son así de todo lo que los abren cuando alucinan, que por otro lado, es algo bastante frecuente. Ellos prefieren el día a la noche. Explica que se mueven de noche porque hay menos aglomeración para hacer sus cosas. Es por eso. Detestan hacer cola. El señor búho asegura que la gente del turno de noche es más eficaz. Eso o que hay menos gente dando la vara y todo va más fluido. Sólo reza para que esto sea así por mucho tiempo.
Hablamos de lo humano y lo divino, de lo fantástico y lo real. De cómo nos duele la garganta cuando escuchamos a Tom Waits, imaginando que ponemos esa misma voz ronca. Necesitaríamos muchos whiskies y cigarrillos para llegar a hacerlo sin dolor. De lo desconcertados que nos quedamos cuando vemos alguna película de Darren Aronofsky. Que necesitamos verla unas diez veces para encontrarle algún sentido. Y cada vez que volvemos a verla descubrimos algo nuevo, que en la vez anterior se nos había pasado por alto pero que esta vez ya cobra lógica, hasta que al final le encontramos el sentido a toda la película y, entonces, descansamos tranquilos. Y llegamos a esta conclusión: nos ha gustado. De cómo nos emocionamos cuando nos encontramos con buena gente por la vida y de lo entrañables que parecen algunas personas que pasean tranquilamente ajenas a nuestras miradas. De lo que nos gusta el olor a castañas asadas los días fríos de invierno. Y a veces nos descubrimos comprándonos un cucurucho solamente por sentir su calor entre las manos, porque en realidad detestamos su sabor.
Y, de repente, un rayo de luz muy pálido entra por la ventana. Me despierto bruscamente, dando un respingón. Me siento en el borde de la cama callada. Me quedo muy quieta. Confusa. ¿Ha sido real o un sueño?. ¿De verdad el señor búho ha estado aquí o lo he soñado?. A lo lejos, posada en el suelo, veo una gran pluma verde. Me quedo tranquila. Me vuelvo a dormir.
"La mitología malaya habla de un pañuelo, Sansistah Kalah, que se teje solo y cada año agrega una hilera de perlas finas, y cuando esté concluido ese pañuelo, será el fin del mundo".
W. W. Skeat, “Malay Magic” (1900).
sábado, octubre 31, 2009
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5 comentarios:
Merys.... aunq no t escriba con frecuencia en tus posts t aseguro q t leo con regularidad, y sabes q.... m encanta q los topitos simpre estén ahí!!!!!
Te echo de menos!!
Besitos, Berta
Berta!!!!! Gracias mil porque, al igual que los topitos, tú siempre estás ahí!!
Un beso enorme!!
PD: Dentro de poco está al caer una fecha muy señalada...jejeje
Pues a mi me gustan las castañas...te quiero, meriii!Pronto nos vemos, voy para Santander el 22 de dic hasta el 4 de ene!!!
Qué bien!! qué bien!! Tengo unas ganas locas de que vengas y me cuentes qué tal por esos mundos de Dios. No sabes cuánto te envidio!!! (todo interno y muy sano, perra...jejeje).
Estoy deseando que lleguen las navidades para teneros a las foráneas en casa otra vez, que sea como en los viejos tiempos!! cómo os echo de menos chicas!!!
Os quiero!!!
MUUUUUUUUAAAAAAAAAAAAAA
Desde luego el broche te ha quedado muy chulo y también el "sueño".
Hasta pronto, sigue soñando.
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